"La uniformidad es la muerte; la diversidad es la vida" Mijail Bakunin (1814-1876) Revolucionario ruso

sábado, marzo 01, 2008



Esta es la historia de un hombre extraordinario. Un hombre cuya mirada iba más allá del horizonte, allí donde nadie más siquiera alcanzaba a imaginar, siquiera a sugerir. Esta es la historia de un hombre que soñaba con alcanzar cada rincón del mundo, cada recodo de la tierra, del mar, de las estrellas. Esta es la historia de Alejandro Magno.

Alejandro nace en la región macedonia de Pella, en el año 356 a.C. Era hijo del rey de Macedonia, Filipo II, y de la reina Olimpia, de origen epírico. Despierto, inquieto y sensible, Alejandro creció apegado a las letras, una pasión que le marcaría para todo la vida. Leyó y releyó una y otra vez obras homéricas como la Ilíada o la Odisea, fantaseando con las hazañas de héroes como Ulises o Aquiles. El joven Alejandro despuntó pronto, siendo elegido por su padre para llevar a cabo pequeñas misiones militares y empresas políticas. Incluso siendo adolescente fue formado por el célebre Aristóteles. Ya nombrado regente, Alejandro dejó a todos boquiabiertos cuando, delante de toda una muchedumbre, logró domar un caballo que nadie más pudo doblegar antes. Bucéfalo era el nombre del corcel, que a la postre se convertiría en su montura durante sus campañas. Cuentan que su padre, henchido de orgullo, exclamó entonces: "Macedonia es demasiada pequeña para ti, hijo mío" Y así fue, en efecto.

En aquella etapa de la historia, las ambiciosas acciones emprendidas por Filipo habían conseguido colocar a Macedonia como soberana de los pueblos helenos. El monarca macedonio rejuveneció el ejército nacional y lo convirtió en mortifero y temido en todo el continente. Sin embargo, la situación de la familia real macedonia era convulsa. Alejandro era testigo diario de las constantes disputas entre su padre y su madre y, para más inri, en esos años Filipo decidió contraer matrimonio con una macedonia (recordemos que Olimpia no lo era), concibiendo además un vástago que pondría en tela de juicio la sucesión de Alejandro. En pleno clímax de enfrentamiento, Filipo es asesinado por Pausanias, un capitán de la guardia, y las sospechas y las intrigas empiezan a extenderse como la pólvora. ¿Quién podía haber asesinado al rey, Alejandro, para hacerse con la corona, o quizá Olimpia, la esposa, por despecho y odio? Muchos no tardaron en señalar al Magno como responsable, cosa que éste negó por activa y por pasiva. Es más: se encargó personalmente de ejecutar a los presuntos autores del magnicidio. No parece en ningún caso factible que fuera él el asesino. Así pues, el trono de Macedonia recayó en manos de Alejandro sin más demora. Alejandro III de Macedonia, sería proclamado.

Con el nuevo monarca en el poder, los pueblos griegos y algunas tribus del norte de Macedonia no tardaron en levantarse en armas. Observaron la nueva situación como propicia para sacudirse el yugo macedonio, ahora que el trono lo ocupaba un chico joven e inexperto de apenas 22 años. Esta actitud otorgó vigencia a las hipótesis que señalaban a los griegos como responsables del asesinato de Filipo. Sea como fuere, en los primeros meses de Alejandro como rey el objetivo inmediato fue sofocar estas insurreciones y pacificar la zona. Se consiguió, en efecto, brillantemente dirigidos además por parte del Magno. Alejandro empezaba a mostrar su talento como estratega militar. Una vez hecho esto, su mirada se posó en Persia, como no podía ser de otra manera. La empresa de derribar el imperio persa era algo que ya vivía con fuerza en la cabeza de Filipo, y fue precisamente Alejandro, su hijo, el encargado de ponerlo en práctica. Era un objetivo ambicioso, qué duda cabe, siendo el persa un imperio rico y extraordinariamente temido en todas partes. Primero se dirigió a Asia menor (la actual Turquía) para liberar a los griegos que allí vivían subyugados bajo bandera persa, tal y como planeó su padre. Hecho esto se dirigió hacia el sur: Siria, Jerusalén, Gaza y finalmente su entrada triunfal en la bellísima Egipto. Alejandro lideraba con maestría las huestes macedonias, las denominadas falanges, guerreros pertrechados con fuertes escudos y altas lanzas de tres metros que formaban en compactas formaciones, apoyados además por la aguerrida caballería macedonia. El indiscutible poderío de la milicia de Alejandro se basaba en dos claves: primero, Alejandro luchaba codo con codo con sus soldados, a su lado y muy cerca de la vanguardia, lo que infundía a las tropas inigualable valor y moral cuando entraban en liza. El Magno no se escondía y arengaba a su tropa desde dentro. Y segundo lugar, las falanges luchaban siguiendo una estrategia conjunta pero actuaban de manera autónoma, cada una contaba con generales con plenos poderes de decisión y acción que no dependían de manera inmediata de las ordenes de Alejandro. Esto se traducía en un ejército descentralizado durante la batalla, donde todas las piezas funcionaban en una misma dirección pero por sí solas y con independencia del mando central. Por todo ello, en el 331 a.C el ejército macedonio ya controlaba por entonces todo el mar Mediterráneo. Ahora quedaba acometer la verdadera misión, la obsesión que desvelaba a Alejandro: hacia lo profundo de Asia, Babilonia, el corazón del Imperio Persa de Darío III. Conquistar el mundo conocido.

El avance del ejército macedonio fue imparable. En las tierra bañadas por el Tigris y el Éufrates Alejandro y Darío se enfrentaron en la batalla de Gaugamela. En proporción en desventaja de 3 a 1, las tropas del Magno se lanzaron con fiereza a la batalla. La estrategia fue brillante: la infantería y la caballería atacarían los flancos de las fuerzas persas hasta conseguir abrir una pequeña brecha hacia el centro de la formación, hacia Darío y su guardia personal. Alejandro sabía que si acababan con él el ejército persa quedaría descabezado y condenado a la derrota. Fue en verdad una muy cruenta batalla y la infantería macedonia estuvo muy cerca de decir basta, pero finalmente, Alejandro, a lomos de Bucéfalo, y otros jinetes de su confianza, se abrieron paso a toda velocidad hacia el centro de la formación y fueron a la caza de Darío. En un acto impropio de un líder de la época, Darío huyó in extremis con apenas un pequeño séquito de sus hombres, dejando al grueso de su ejército vendido y derrotado. Alejandro, enfurecido, juró perseguirlo hasta la muerte pero, desafortunadamente para él, fueron los propios secuaces de Darío quienes le asesinaron meses más tarde. Más aún, Alejandro no descansó hasta que logró capturar y ejecutar a los asesinos de Darío, y así lo hizo. Derrocado el monarca persa, Alejandro se convirtió en dueño y señor de Asia central y cuentan que su entrada en Babilonia fue realmente grandilocunte, casi un recibimiento de dioses. El ejército macedonio había llegado mucho más allá de lo que nadie jamás soñó pero, ¿se detendría entonces? Alejandro aún tenía un nuevo horizonte en la cabeza: la India.


A medida que Alejandro se fue adentrando en tierras asiáticas, el ejército macedonio fue "refrescado" con las tropas de los pueblos que iban venciendo batalla tras batalla. Sólo así se explica su supervivencia y su éxito. Al principio eran griegos o egipcios pero después se incorporaron muchos soldados persas y de demás nacionalidades de Asia central, los cuales eran observados como bárbaros y delicuentes. Alejandro se declaró amante de todas las culturas y creía ver en todos estos pueblos nuevos aliados que fortalecerían el vasto imperio macedonio, pero gran parte de sus generales los consideraban impropios e innobles de luchar bajo pabellón macedonio. El descontento a este respecto alcanzó cotas peligrosas cuando Alejandro decidió casarse con una joven bactriana, Roxana, ligando su descendencia a dicha etnia. Por esas fechas incluso empezaron a aperecer motines, conspiraciones e incluso intentos de regicidio al Magno, por lo que Alejandro hubo de purgar entre sus filas a los potenciales traidores. Día a día el gobierno de Alejandro se hacía cada vez más impopular entre sus hombres al tiempo que su carácter se volvía déspota, tirano y malhumorado. Las tropas macedonias estaban cansadas y desmotivadas, deseosas de volver a casa después de 8 años de travesía. Querían saborear la gloria obtenida, abrazar a sus familias, descansar en sus hogares. Pero la marcha continuó hasta el Indo, a las puertas de la India. Parece ser que una especialmente sangrienta batalla decidió finalmente a Alejandro a apelar a la lógica: era momento de regresar. Apenado y decepcionado, pues estaba deseoso de continuar explorando y conquistando, Alejandro ordenó poner rumbo de vuelta a Babilonia entre el júbilo y la alegría de sus soldados. Habrían de pasar muchos años hasta poder observar con verdadera justicia el mérito de la hazaña alcanzada.

Los últimos años de Alejandro son los más turbulentos de su vida. Se casó dos veces más con mujeres con poca aceptación social, se arrimó cada vez más a la bebida y tomó una serie de decisiones políticas ciertamente impopulares. Por si fuera poco, en aquel tiempo falleció su amigo del alma y posiblemente la única persona a la que amó realmente, su querido Hefestión. Amenazado por múltiples conspiraciones, aquejado por una profunda tristeza, la vida de Alejandro Magno se apagó una noche de 323 cuando contaba 33 años. Las razones no están muy claras y hoy día se sigue teorizando sobre diferentes hipótesis: malaria, leucemia y un largo etcétera. En cualquier caso, Alejandro murió joven, con muchos proyectos aún por llevar a cabo.

Muchos dicen que Alejandro Magno fue el mayor conquistador que ha visto la historia. Los numerosísimos terriotorios que conquistó así lo atestiguan, como todas las Alejandrías que fundó a su paso, la más famosa la de Egipto. También es comparado con Julio César o Bonaparte, por sus brillantes cualidades militares. No obstante, yo no destacaría eso de él. Para mí es otra cosa lo que le hace grande. Alejandro era un visionario, un hombre desligado de los dogmas de su tiempo. Amaba Macedonia pero no entendía de naciones ni de pueblos, él contemplaba el mundo como un todo diferente en apariencia pero hermano en espíritu. Su mirada viajó más allá de la conquista, de la batalla victoriosa, de la anexión. Era Alejandro un hombre de civilizaciones, un hombre del mundo, que quería conocerlo todo, observarlo todo, embriagarse del aroma diferente que cada tierra pudiera ofrecerle. Un soñador, al fin y al cabo. Alejandro era de tendencia bisexual y tenía un ojo de cada color, uno gris y otro verde. Además, su madre se empeñó en decir siempre que era hijo de Zeus. Acaso estos rasgos expresan bien lo quiero decir: que Alejandro Magno vivía más allá de donde vivían los demás.

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