Ciñiendo por la amura de estribor

viernes, junio 27, 2008


Horacio Nelson es considerado el mejor marino que han visto los siglos. Más allá de su genio militar, notable pero no al nivel de otros ilustres de la historia bélica, Nelson era todo un líder para su tripulación. Aguerrido y audaz, casi temerario, infundía tremendo respeto pero jamás caía en la tiranía. Siempre sabía estar cerca de sus camaradas, impartiendo órdenes y asegurándose de premiar al que lo mereciera. Horacio Nelson se erigió durante el siglo XIX como el líder espiritual de la Pérfida Albión, Inglaterra, en un tiempo en el que el país británico casi todo lo fiaba a su insultante dominio de los mares. Y acaso fue Nelson uno de los grandes culpables de frenar las ambiciones expansionistas del Gran Corso, Bonaparte, que por entonces amenazaba con imponer su astuta y tiránica ley por toda Europa.

Si algo hizo a Nelson escalar posiciones en el escalafón de la marina británica -firmemente respetuoso con méritos de guerra y años de servicio, a diferencia, por ejemplo, de la corrupta marina española- fue su intención de protagonismo y su temeraria audacia. Desobedecía órdenes, rompía formaciones y ejecutaba acciones por su cuenta, para ira y cólera de sus superiores. Desde temprana edad Nelson quiso dedicarse a la navegación y desde el principio puso todas sus energías en hacerse notar y ganarse el respeto de sus colegas y de toda Inglaterra. Acciones como la de la batalla de San Vicente o Abukir -Egipto- propiciaron el meteórico ascenso del primero comodoro y posteriormente almirante en jefe de la Royal Navy. Célebre es la anécdota de la batalla de Copenhage, en la que Nelson, una vez más, desobedeció órdenes de sus superiores y obró por su cuenta. Para justificarlo, argumentó no haber visto las señales que dictaban las ordenes al haber llevado el catalejo a su ojo tuerto -que perdió años antes en Córcega-, cubierto por un parche. Otra muestra de la indisciplina de Nelson. Ganaron la batalla.

Ya encumbrado como almirante, Nelson desempeñaría papel capital durante la célebre batalla de Trafalgar. Truncada la argucia urdida por Bonaparte para la invasión de las islas británicas, en Octubre de 1805 la coalición hispano-francesa se enfrentaría a la marina británica frente a las costas de Cádiz. La desorganización, desmoralización y falta de disciplina de franceses y españoles sería ampliamente rentabilizada por Nelson, quien con su agresiva estrategia de cortar la línea enemiga -hasta por dos sitios- logró envolverlos y situarse con superioridad numérica relativa. Españoles y franceses se batieron con desigual valentía -mientras que algunos huyeron, otros no arriaron bandera hasta verse totalmente desarbolados- pero la balanza se decantó del lado de la todopoderosa flota británica. Esta victoria sería crucial en el devenir de las Guerras Napoleónicas.

No obstante, Trafalgar dejó un carísimo saldo para los ingleses. Enzardados en plena batalla, un marino francés disparó desde una cofa del Redoutable al almirante Nelson, que impartía órdenes desde el alcázar del Victory. Según los historiadores este suceso se produjo, probablemente, por la obstinación de Nelson de portar sus galones de almirante en el uniforme, signos distintivos que le convertían en blanco fácil. La bala fracturaría la columna vertebral del almirante y le provocaría la muerte varias horas después. Para entonces, Nelson ya sabía que la batalla estaba ganada y que había cumplido su deber con Inglaterra. A la postre Nelson se convertiría, junto a otros como Churchill o Wellington, en uno de los personajes más influyentes de la historia británica.

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