
Veintinueve de Julio, seis de la tarde. Los Campos Elíseos contemplan al quinto español ataviado con la casaca amarilla de campeón del Tour de Francia. El Arco del Triunfo, que dos siglos atrás edificarían los gabachos como símbolo de orgullo para conmemorar las conquistas de un tal Bonaparte, inigualable telón de fondo, excelso escenario, insuperable bautismo para un debutante, rubricaría la victoria de un deslumbrante ciclista que con todo merecimiento levantaba radiante el león y el ramo, y después la copa. Con un himno español que dejó bastante que desear y todos los franceses torciendo el gesto (recuerden, desde el gran Hinault en el 85 no han rascado bola; recuerden, Rassmussen echado a última hora), además de una impertinente lluvia algo inoportuna, pareciera un recibimiento algo tibio, casi agridulce. Claro que a Alberto Contador nada de esto le borraría la sonrisa de niño que lucía indeleble. Que quede bien claro: estamos hablando de una gesta deportiva.
Apostillo esto porq
ue me parece que los últimos y cada vez más frecuentes éxitos deportivos nos están mal acostumbrando. A raíz de esto suceden dos cosas: que la costumbre hace la apatía, y ya no nos parece tan meritorio ni admirable lo conseguido; y que cuando te empiezan a dar cucharadas de caviar, la mortadela no la quieres ni ver, y no toleramos segundos puestos y nos entregamos al seductor deporte español por antonomasia: el critiqueo. Fernando Alonso en Fórmula 1, Rafael Nadal en tenis, nuestros chicos de oro del basket, etc. El deporte español ha alcanzado en los últimos tiempos unas cotas hasta hace poco impensables, poniendo banderillas en modalidades hasta ahora quiméricas. Pero todo esto no ha de alejarnos de la realidad: que un ciclista se alce con el amarillo en su primera participación y con veinticuatro años (sepan los no versados que la época madura de un ciclista se sitúa al menos a partir de los 26) es cuanto menos para descubrirse. Y que es español, coño.Me encanta el ciclismo y el deporte, pero este post no tiene intención de ser una crónica (propiamente dicha), sino una pequeña reivindicación. Quiero romper una lanza por todos aquellos jóvenes que se deciden por practicar deporte, ya sea de forma profesional o simplemente por hobbie. Por los que se van los viernes a la cancha balón en mano en vez de drogarse hasta los ojos, por los que dicen no al coche y se cogen la bici, por los que sacrifican mucho de su tiempo con duros entrenos por un sueño, por todos aquellos que disfrutan echando una pachanga de lo que sea con los colegas, en vez de andar intimidando, pegándole a la gente y rompiendo y quemando cosas. Por que la juvenud, aunque a muchos medios les cueste asumirlo (o más bien manifestarlo), es mucho más que ir de botellona, el puñetero móvil o el "mola". Que también es posible llevar una vida sana y en paz con los demás, sin que tus principales preocupaciones sean buscarte un trabajo (generalmente de mierda) o comprarte un coche para tener más standing.
Los beneficios del deporte, tanto físicos como psicológicos, son innumerables así que, ¿por qué no apostar al cien por cien por él? Es un mensaje para la gente de a pie pero también para las instituciones, que en la mayoría de casos no destinan el suficiente presupuesto para instalaciones, programas de formación y demás ayudas y medios. ¿Por qué no ir fuerte con él, por que son otras las preocupaciones y preferencias, por qué esas medias tintas? ¿Por qué tantas obras de casas y tan pocos polideportivos? Que cada uno busque su propia respuesta, creo que mi opinión ha quedado bastante clara.
Y por cierto, si eres de los que van al gimnasio, es por imagen y no por salud o por deporte, que no cuela.

















